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9.08.2012

I

El Universo era un mundo gigante lleno de pequeños cuerpos celestes en los que Lyra saltaba y viajaba cuál drogadicta en busca de nuevas alucinaciones, con su pequeña Polaroid blanca colgada del cuello.
Era ella una viajera entre planetas, con su pelo rubio ondulado cayendo a los lados de su cara y unos ojos azules tan profundos y revueltos como un furioso océano en una noche de tormenta. No tenía alas, no era un hada ni una bruja, pero volaba con los brazos abiertos esquivando cuerpos celestes, aunque muchas veces se subía a uno de ellos y dejaba que le llevaran por cualquier lugar. Esto es un retazo de su historia, puesto que explicar toda ella llenaría de palabras una estrella el triple de grande que el Sol, continuaría hasta la cola de un cometa y de vuelta.
En esos instantes Lyra estaba sentada en un asteroide del cinturón de Kuiper, a las afueras del Sistema Solar, por donde a veces se divertía saltando entre ellos, dándoles golpecitos o haciéndoles fotos casi sin darse cuenta. Pero hoy no era uno de esos momentos. Tenía una pregunta en mente desde hacía un par de días que la volvía melancólica y de la que no hallaba respuesta: ¿encontraría a alguien con el que compartir secretos de nebulosas y viajar entre la magia del Universo?
Durante toda su vida había encontrado a gente parecida a ella, como la infernal y romántica Venus, el poderoso de Zeus y la marítima Ocean, pero solo los quería cómo hermanos, pero nadie del que enamorarse perdidamente. ¿Habría alguien…
-¡Cuidado!- dijo una voz, pero, tan distraída como estaba, no pudo alejarse de su pequeño asteroide antes de que algo colisionara contra él.